Senderos: Sierra de Guadalupe (Parte 2)

Ahí nos encantábamos, con el paisaje y el sabor de las tortas clínicamente armadas para tener un sabor tan delicioso que solo puede describirse, mientras los dueños de los perros caminaban a lo largo del camino como si fuera una pasarela, sentados en dos piezas de adobe. Tan pronto sentimos saciedad continuamos caminando por los amarillos y cafés parajes, todavía a esa altura no veíamos algún paraje tan bello o al menos del gusto común. 

Yo era impaciente por encontrar los verdes y los árboles completos de hojas y pinos, tras algunos kilómetros el sendero me recompenso con lo que deseaba ver, claro está que continuábamos subiendo, estábamos en la parte media de la montaña, ya no había un sendero marcado con piedras si no la terracería y el barro continuaba, pero los pinos eran altos y grandes que la vista terminaba en la repetición de los árboles. 

Un kilómetro más, algunas parcelas trabajadas y algunas chozas que se alcanzaban a ver esparcidas con la sutileza de la escasez de ellas, de repente fascinados por lo que encontrábamos en una parcela una papaya daba frutos en la parte más norteña de la ciudad y luego una parcela de maíz y calabaza, que en las montañas se moldeaban en las formas de las laderas, un campesino que con el miedo de habernos encontrado ya que teníamos un rato largo sin haber visto a nadie, no quisimos molestar, pero habíamos llegado a otro paraje en donde toda la ciudad se alcanzaba a ver e inclusive las pequeñas cimas de la sierra. 

De repente ese paraje parecía la parte final del recorrido, ese paraje era el mirador de Las Águilas, se alcanzaba a ver Atizapán, y un poco más arriba una bifurcación, merecía un poco más de amor aquel mirador, así que volvimos a sacar lo que restaba de nuestras deliciosas tortas, siempre subimos también un poco de alcohol, ya sea un poco de vino o de cerveza, parecía que habíamos encumbrado, pero vimos en el navegador que había oportunidad de hacer un circuito redondo. 

Justo en la bifurcación era el límite entre el Estado de México y la Ciudad de México, el sendero se hacía más delgado y parecía que ofrecía subir hasta las antenas que adornan el Cerro de Coatepetl, el paisaje cambiaba era un poco más árido y los vientos corrían, pero se alcanzaba a ver ahora Ecatepec y mientras avanzábamos por el delgado sendero empezaban a verse pinos y coníferas en el camino. De sorpresa nos toma un enrejado metálico sobre una base de piedra volcánica, que sugiere que alguien no quiere que este dentro, pero se nota en muchos lados que ha sido violentada en diversos puntos, caminando un poco más, nos encontramos con un camino asfaltado que al final decidimos seguir porque penetraba la zona enrejada y parecía subir hasta la cumbre. 

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